ACCT 2510 Lecture Notes - Lecture 4: Emanuel Querido, Bes, Prisa

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www.soncuentosinfantiles.com
El gigante egoista
Autor: Oscar Wilde
Todas las tardes al volver del colegio tenían los niños la costumbre de ir a jugar al jardín
del gigante.
Era un gran jardín solitario, con un suave y verde césped. Brillaban aquí y allí lindas
flores sobre el suelo, y había doce melocotoneros que en primavera se cubrían con una
delicada floración blanquirrosada y que, en otoño, daban hermosos frutos.
Los pájaros, posados sobre las ramas, cantaban tan deliciosamente, que los niños
interrumpían habitualmente sus juegos para escucharlos.
- ¡Qué dichosos somos aquí! - se decían unos a otros.
Un día volvió el gigante. Había ido a visitar a su amigo el ogro de Cornualles,
residiendo siete os en su casa. Al cabo de los siete años dijo todo lo que tenía que
decir, pues su conversación era limitada, y decidió regresar a su castillo. Al llegar, vio a
los niños que jugaban en su jardín.
- ¿Qué hacéis a? - les gritó con voz agria.
Y los niños huyeron.
- Mi jardín es para solo - prosiguió el gigante- . Todos deben entenderlo así, y no
permitiré que nadie que no sea yo se solace en él.
Entonces lo cercó con un alto muro y puso el siguiente cartelón:
QUEDA PROHIBIDA LA ENTRADA BAJO LAS PENAS LEGALES
CORRESPONDIENTES
Era un gigante egoísta. Los pobres niños no tenían ya sitio de recreo. Intentaron jugar en
la carretera; pero la carretera estaba muy polvorienta, toda llena de agudas piedras, y no
les gustaba. Tomaron la costumbre de pasearse, una vez terminadas sus lecciones,
alrededor del alto muro, para hablar del hermoso jardín que había al otro lado.
Entonces llegó la primavera y en todo el país hubo pájaros y florecillas. lo en el
jardín del gigante egoísta continuaba siendo invierno. Los pájaros, desde que no había
niños, no tenían interés en cantar y los árboles olvidábanse de florecer. En cierta ocasión
una bonita flor levantó su cabeza sobre el césped; pero al ver el cartelón se entristeció
tanto pensando en los niños, que se dejó caer a tierra, volviéndose a dormir.
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Todas las tardes al volver del colegio ten an los ni os la costumbre de ir a jugar al jard n del gigante. Era un gran jard n solitario, con un suave y verde c sped. Brillaban aqu y all lindas flores sobre el suelo, y hab a doce melocotoneros que en primavera se cubr an con una delicada floraci n blanquirrosada y que, en oto o, daban hermosos frutos. Los p jaros, posados sobre las ramas, cantaban tan deliciosamente, que los ni os interrump an habitualmente sus juegos para escucharlos. Hab a ido a visitar a su amigo el ogro de cornualles, residiendo siete a os en su casa. Al cabo de los siete a os dijo todo lo que ten a que decir, pues su conversaci n era limitada, y decidi regresar a su castillo. Al llegar, vio a los ni os que jugaban en su jard n.

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