ACCT 1398 Lecture Notes - Lecture 8: Poblano, Sirocco, Asteroid Family

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El sastrecillo valiente
Autor: Hermanos Grimm
Una mañana de primavera se encontraba un humilde sastrecillo sentado junto a su mesa,
al lado de la ventana. Estaba de buen humor y cosía con entusiasmo; en esto, una
campesina pasaba por la calle pregonando su mercancía:
-¡Vendo buena mermelada! ¡Vendo buena mermelada!
Esto sonaba a gloria en los oídos del sastrecillo, que asomó su fina cabeza por la
ventana y llamó a la vendedora:
-¡Venga, buena mujer, que aquí la aliviaremos de su mercancía!
Subió la campesina las escaleras que llevaban hasta el taller del sastrecillo con su
pesada cesta a cuestas; tuvo que sacar todos los tarros que traía para enseñárselos al
sastre. Éste los miraba y los volvía a mirar uno por uno, metiendo en ellos las narices;
por fin, dijo:
-La mermelada me parece buena, así que pésame dos onzas, buena mujer, y si llegas al
cuarto de libra, no vamos a discutir por eso.
La mujer, que esperaba una mejor venta, le dio lo que pedía y se marchó malhumorada
y refunfuñando:
-¡Muy bien -exclamó el sastrecillo-, que Dios me bendiga esta mermelada y me dé salud
y fuerza!
Y, sacando un pan de la despensa, cortó una rebanada grande y la untó de mermelada.
-Parece que no sabrá mal -se dijo-; pero antes de probarla, terminaré este jubón.
Dejó la rebanada de pan sobre la mesa y continuó cosiendo; y tan contento estaba, que
las puntadas le salían cada vez mas largas.
Mientras tanto, el dulce aroma que se desprendía de la mermelada se extendía por la
habitación, hasta las paredes donde las moscas se amontonaban en gran número; éstas,
sintiéndose atraídas por el olor, se lanzaron sobre el pan como un verdadero enjambre.
-¡Eh!, ¿quién os ha invitado? -gritó el sastrecillo, tratando de espantar a tan indeseables
huéspedes.
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Pero las moscas, que no entendían su idioma, lejos de hacerle caso, volvían a la carga en
bandadas cada vez más numerosas. El sastrecillo, por fin, perdió la paciencia; irritado,
cogió un trapo y, al grito de: «¡Esperad, que ya os daré!», descargó sin compasión sobre
ellas un golpe tras otro. Al retirar el trapo y contarlas, vio que había liquidado nada
menos que a siete moscas.
-¡Vaya tío estás hecho! -exclamó, admirado de su propia valentía-; esto tiene que
saberlo toda la ciudad.
Y, a toda prisa, el sastrecillo cortó un cinturón a su medida, lo cosió y luego le bordó en
grandes letras: «¡Siete de un golpe!»
-¡Qué digo la ciudad! -añadió-; ¡el mundo entero tiene que enterarse de esto! -y su
corazón palpitaba de alegría como el rabo de un corderillo.
Luego se ciñó el cinturón y se dispuso a salir al mundo, convencido de que su taller era
demasiado pequeño para su valentía. Antes de marcharse, estuvo rebuscando por toda la
casa a ver si encontraba algo que pudiera llevarse; pero sólo encontró un queso viejo,
que se metió en el bolsillo. Frente a la puerta vio unjaro que se había enredado en un
matorral, y también se lo guardó en el bolsillo, junto al queso. Luego se puso
valientemente en camino y, como era delgado y ágil, no sentía ningún cansancio.
El camino lo llevó por una montaña arriba. Cuando llegó a lo más alto, se encontró con
un gigante que estaba allí sentado, mirando plácidamente el paisaje. El sastrecillo se le
acercó con atrevimiento y le dijo:
-¡Buenos días, camarada! ¿Qué tal? Estás contemplando el ancho mundo, ¿no? Hacia él
voy yo precisamente, en busca de fortuna. ¿Quieres venir conmigo?
El gigante mial sastrecillo con desprecio y le dijo:
-¡Quítate de mi vista, imbécil! ¡Miserable criatura...!
-¿Ah, sí? -contestó el sastrecillo, y, desabrochándose la chaqueta, le enseñó el cinturón-;
¡aquí puedes leer qué clase de hombre soy!
El gigante leyó: «Siete de un golpe» y, pensando que se trataba de hombres derribados
por el sastre, empezó a tenerle un poco de respeto. De todos modos decidió ponerlo a
prueba: agarró una piedra y la exprimió hasta sacarle unas gotas de agua.
-¡A ver si lo haces -dijo-, ya que eres tan fuerte!
-¿Nada más que eso? -preguntó el sastrecillo-. ¡Para es un juego de niños!
Y metiendo la mano en el bolsillo sacó el queso y lo aprehasta sacarle todo el jugo.
-¿Qué me dices? Un poquito mejor, ¿no te parece?
El gigante no supo qué contestar, y apenas poa creer que hiciera tal cosa aquel
hombrecillo. Tomando entonces otra piedra, la arrojó tan alto que la vista apenas poa
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seguirla.
-Anda, hombrecito, a ver si haces algo parecido.
-Un buen tiro -dijo el sastrecillo-, aunque la piedra volvió a caer a tierra. Ahora verás.
Y sacando aljaro del bolsillo, lo lanzó al aire. El pájaro, encantado de verse libre, se
elevó por los aires y se perdió de vista.
-¿Qué te pareció este tiro, camarada? -pregun el sastrecillo.
-Tirar piedras sí que sabes -admitió el gigante-. Ahora veremos si puedes soportar
alguna carga digna de este nombre.
Y llevando al sastrecillo hasta un majestuoso roble que estaba derribado en el suelo, le
dijo:
-Si eres verdaderamente fuerte, ayúdame a sacar este árbol del bosque.
-Con mucho gusto -respondió el sastrecillo-. Tú, cárgate el tronco al hombro y yo me
encargaré de la copa, que es lo más pesado .
En cuanto el gigante se echó al hombro el tronco, el sastrecillo se sentó sobre una rama,
de modo que el gigante, que no poa volverse, tuvo que cargar también con él, además
de todo el peso del árbol. El sastrecillo iba de lo más contento al detrás y se puso a
tararear la canción: «Tres sastres cabalgaban a la ciudad», como si el cargar árboles
fuese un juego de niños.
El gigante, después de llevar un buen trecho la pesada carga, no pudo más y gritó:
-¡Eh, tú! ¡Cuidado, que tengo que soltar el árbol!
El sastrecillo saltó ágilmente al suelo, sujetó el roble con los dos brazos, como si lo
hubiese sostenido así todo el tiempo, y dijo:
-¡Un grandullón como tú y ni siquiera puedes cargar con un árbol!
Siguieron andando y, al pasar junto a un cerezo, el gigante, agarrando la copa, donde
cuelgan las frutas más maduras, inclinó el árbol hacia abajo y lo puso en manos del
sastre, invindolo a comer las cerezas. Pero el hombrecito era demasiado débil para
sujetar el árbol y, en cuanto lo solel gigante, volvió a enderezarse, arrastrando al
sastrecillo por los aires. Cayó al suelo sin hacerse daño, y el gigante le dijo:
-¿Qué es eso? ¿No tienes fuerza para sujetar esa delgada varilla?
-No es que me falten fuerzas -respondió el sastrecillo-. ¿Crees que semejante minucia es
para un hombre que mató a siete de un golpe? Es que salté por encima del árbol, porque
hay unos cazadores allá abajo disparando contra los matorrales. ¡Haz tú lo mismo, si
puedes!
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Una ma ana de primavera se encontraba un humilde sastrecillo sentado junto a su mesa, al lado de la ventana. Estaba de buen humor y cos a con entusiasmo; en esto, una campesina pasaba por la calle pregonando su mercanc a: Esto sonaba a gloria en los o dos del sastrecillo, que asom su fina cabeza por la ventana y llam a la vendedora: Venga, buena mujer, que aqu la aliviaremos de su mercanc a! Subi la campesina las escaleras que llevaban hasta el taller del sastrecillo con su pesada cesta a cuestas; tuvo que sacar todos los tarros que tra a para ense rselos al sastre. Ste los miraba y los volv a a mirar uno por uno, metiendo en ellos las narices; por fin, dijo: La mermelada me parece buena, as que p same dos onzas, buena mujer, y si llegas al cuarto de libra, no vamos a discutir por eso.

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